MIRANDO A AFRICA

Sois tan vecinos.
Estáis tan cerca.
Y estáis tan lejos...

Os veo en las fotos
de mi hermano,
que estuvo en Kenia
y Tanzania
y trajo en su cámara
vuestros ojos negros,
vuestras sonrisas blancas.

Captó con su objetivo
los colores de vuestra ropa
(¿puede estar triste alguien
que se viste con tanto color?),
las casas de adobe,
el gran Kilimanjaro.

Pero estáis tan lejos...

Como si El Estrecho
en vez de estrecharse
se ensanchara mucho,
demostrando, cómo no,
que puede más la distancia
cultural que la física.

Que separa más
el color de la piel
que los kilómetros.
Más el número de ordenadores
por “habitantes cuadrados”.

Y, sin embargo, tan cerca.

Os veo en Salma,
el niño saharaui
que vino este verano,
y sonreía,
con una sonrisa de luz
que nos embelesó a todos.

Que sabía más que el hambre
(y nunca mejor dicho),
que se volvió al desierto
cargado de gorritas Nike,
y zapatillas de marca.
Y con el recuerdo
de un mundo distinto:

¿Mejor, peor? ¡Otro mundo!

Eres tan vecino, Salma.
Y estás tan lejos...

Os veo en imágenes
del telediario,
montados en las pateras
hacia nuestras ciudades.
¡Cuánta desesperación,
cuanta osadía!

Cuánta miseria.
Cuánta hambre.
Es el hambre la que empuja
a hacer cosas así.
El hambre o el miedo,
nada más.


Os veo a través
de lo que cuenta mi amiga
que ha ido a Marruecos
a profundizar
en la interculturalidad
(proyecto financiado
con fondos públicos).

Para que cuando vengan
los niños marroquíes
con su hambre y su miedo,
sepamos en los centros docentes
darles una educación
socio-cultural-integradora.

Pero mi amiga
se fijó en otras cosas:
en que no tenéis prisa,
en que los hombres se quedan
quietos, horas y horas...
(Y nosotros corriendo siempre:
¿para llegar donde?)

Sois tan vecinos,
estáis tan cerca.

Os veo en el chico que vende
clinex en el semáforo,
que nos dice buenos días
y siempre sonríe.
(¿Como puede estar
siempre tan contento?).

A veces, le damos dinero,
y lo agradece tanto
que yo me avergüenzo.

Sois tan vecinos.
Estáis tan lejos...