LOS TRES CERDITOS Y EL DESAMOR FEROZ
Había una vez en un país muy lejano, tres cerditos, los cuales después de vivir una feliz niñez de pata negra, y una vez consumada una prolongada adolescencia, conocieron a sus respectivas cerditas, y decidieron hacerse sus casitas para vivir felices y comer perdices, y, para que el lobo malo, con sus disfraces de soledad y aburrimiento no se los comiera vivos.
Pero los pobres cerditos no sabían que el lobo tiene muchos disfraces, algunos tan horrorosos y variados como el disfraz de rutina, el disfraz de incomunicación, el disfraz de desencanto, y así muchísimos más que emplearía para derrumbar las casitas una vez construidas.
Pero el lobo se puso disfraces tan terribles como la desilusión y el desencanto, y cuando Cayetano y Cayetana vivieron juntos día y noche, día y noche, día y noche, a Cayetano le pareció que Cayetana ya o era tan buena ni tan guapa, que la vida era muy larga para estar siempre junto a Cayetana, y el mundo muy grande para estar siempre en su casita de paja, y ella se dio cuenta que había más cerditos en el mundo, y se hicieron mutuamente daño, y hubo gritos, tensiones, y, como diría Sabina, mucho ruido. Y, no sé si cada uno tiró por su lado, o si, por el contrario, Dios no lo quisiera o quisiese, continuaron así toda la vida.
Y, no sé, la verdad, si al final, después de pasarlo muy mal, y de un final doloroso se separaron con abogado y líos, o si, por el contrario, Dios no permitiera ni permitiese, continuaron así toda la vida.
Pancracio y Pancracia tuvieron mucha paciencia. Imagínense, ladrillo a ladrillo...Mientras veían a Cayetano y Cayetana y a Anacleto y Anacleta cómodamente asentados en sus efímeras casitas, ellos ponían un ladrillito tras otro con mucha lentitud, algo cansados, porque nunca le veían el final. Pero no perdían la ilusión, y la ilusión les duró mucho tiempo, porque bien es sabido que es precisamente lo que no conseguimos fácilmente lo que más ilusión nos provoca.
Pusieron muchos ladrillitos: uno de sinceridad, otro de respeto, otro de amistad, otro de cariño, otro de complicidad, otro de empatía...Utilizaron un cemento especial fabricado de miradas y sonrisas, de pasionales besos, de pensamientos y sentimientos comunes, de momentos compartidos plácidamente, de deseo, y luego le dieron una manita de pintura hecha de sensibilidad. Adornaron la casa con muchas cosas bonitas: sueños, risas, música, poesía, aprendizajes, bromas, abrazos, pasión. Y lunas llenas. Y, mucho, mucho, cariño. Y, una vez instalados en la casa ni Pancracio ni Pancracia hablaron de pertenecerse, ni de eternidad, porque los dos eran muy inteligentes y sabían que todo lo que empieza acaba, hasta la vida.
Y Pancracio no quiso cambiar a Pancracia, y Pancracia no quiso cambiar a Pancracio, y nunca perdieron de vista que eran dos personas diferentes, completas en sí mismas, juntas pero no revueltas, compartiendo pero sin anularse, siempre conservando su parcela de libertad...
Y, quizás por eso fueron felices mientras duró, y nunca el lobo, con ninguno de sus disfraces pudo tirar la casa abajo porque estaba muy bien construida.
Lo que no quiere decir que ellos se quedaran o quedasen allí para siempre. Puede que sí, pero puede también que no, y que algún día Pancracio y Pancracia, por decisión propia, se despidieran con lágrimas en los ojos, pero sabiendo que habían construido en común, durante un tiempo, una de las casitas más fuertes de todos los cuentos, y que eso, siempre quedaría guardado en sus corazones.