PINTANDO EN VERDE

Quiero pintar de verde el mundo, que todo se verdee y que no muera, que se impregnen de verde los sentidos, que se manchen de verde las veredas. Quiero pintar de verde el pueblo, la ciudad, las casas, las ventanas; los bosques y ríos destruidos en los que ya no crece nada. Quiero pintarme de verde las manos, las pupilas, los pies, el corazón, los oídos, el tacto, las arterias, el pensamiento, los pasos, la razón. Que se llenen de verde los colegios, los institutos, las universidades, los refugios, los comedores para pobres, los negros pasillos de hospitales. Quiero pintar de verde el sufrimiento, la tortura, el odio, la crueldad; la falta de amor y de empatía, las depresión, la pena, la ansiedad. Quiero bordar de verde los manteles, poner en verde las rutas de los mapas, teñir de verde las tardes de domingo, y las noches que al insomne mata. Que la música y la poesía sean de ritmos verdes, que los libros sean en verde subrayados, que se queme en llamas verdes la incultura, que se haga verde el arte censurado. Quiero pintar de verde a los niños, sus risas, sus canciones y sus llantos; que el futuro, que es de ellos y para ellos, llegue de verde lleno y empapado. Que revienten de verde las entrañas del tiempo, del espacio, de las cosas; y llegue el verde a Marte y a la Luna, y que también la luna se torne verdosa. Quiero pintar de verde el planeta Tierra, que no haya que pedir el verde más. Que nos busque, nos encuentre, nos abrace, que se haga verde la humanidad.