EL NOVIO DE LA TÍA SOLTERA
Cuando llegaba la canoa de las siete, la niña corría a recibirlo llena de ilusión, como si fuera su novio. En realidad no lo era, ella tenía unos siete años y él cincuenta largos, y era el novio de su tía, un novio como de mentirijillas, como de jugar a los novios, porque su tía era soltera, soltera de verdad, de soltería innata, y sería soltera siempre.
A la niña le gustaba que su tía soltera tuviera novio, un novio artista, que le hacía a ella y a sus primas figuritas de papel y les traía de Huelva chucherías todas las tardes, y les hablaba y les hacía reír.
Era por eso, que ella corría cuando lo veía venir desde El Muelle (“más que cuando llega tu padre”-le reprendía Ramona), y sin embargo su tía no se movía de la butaca, impasible, sin sobresaltarse.
El novio de la tía era regordete, calvo, bueno, cariñoso y muy peculiar en sus gustos y en su forma de ser. La tía soltera era la mejor tía que un niño pudiera desear: tranquila, paciente, serena, buena jugadora del parchís y de los nombres, y de las adivinanzas, y contadora de cuentos. Era como una niña grande. Por eso, a ella y a sus primas les encantaba salir con ellos a excursiones un poco extravagantes, a Los Pinares, a La Playa del Calé –que entonces estaba muy lejos-, de las que volvían divertidas y contando anécdotas, muertas de risa. Felices, vamos.
Una tarde, acabando el verano, cuando Punta se quedaba vacía y anochecía temprano, y había que sacar las rebecas, y la ría tomaba ese color y esa luz tenue de septiembre, la tía soltera volvió del paseo más temprano que de costumbre, y un poco seria.
La abuela Dolores, que siempre se mecía en la butaca blanca de la marquesina, como si el tiempo no existiese, preguntó a su hija qué le pasaba. La tía soltera contestó dos palabras. Dos palabras extrañas, dos palabras rotundas, que en los oídos de la niña sonaron como un cerrojo, como una tachadura, como el final inesperado de una película, y, sin comprender una de esas palabras, comprendió irremediablemente lo que querían decir. No congeniamos.
Y, desde ese día, el novio de la tía soltera, ya no volvió más, y no hubo más chucherías, ni más excursiones, ni más figuritas de papel; ni la canoa de las siete volvió a tener sentido.
Y la tía soltera siguió soltera, porque era su estigma, su destino, su propia condición. Había sido un juego, un novio de mentirijillas...
Pero sin embargo, esa noche, mientras la tía rezaba el rosario en latín con la abuela, mecedora viene y va, “ora por novi”, una lágrima cayó por su mejilla izquierda, una lágrima que solo la niña vio, y que la hizo sospechar por un momento que quizás el novio había sido de verdad.
3 Comments:
Sí, eso pasa. Muchas cosas de mentiriquilla acaban siendo de verdad, como muchas de verdad terminan siendo de mentiriquilla. No hace falta nada más que fijarse en la política. . . la de este país, por lo menos. Por ejemplo.
By Juan, at 8:09 AM
Dolo, cuánto me ha gustado este relato. Yo también creo que el novio era de verdad, pero que os gustaba a ustedes más que a la tía soltera.
Te felicito por el relato, ya te digo que me ha gustado mucho y también me ha traído a la memoria la canoa, y lo enorme que me parecía cuando una vez crucé a Punta, a los sis o siete años. Tan grande me parecía que dejaba atrás a cualquier transatlántico de ahora:)
Besos
By Trini Reina, at 10:34 AM
Vaya, qué gran descubrimiento este blog. Tan bueno este relato como que tuve una tía soltera...
By Silvia Parque, at 8:03 PM
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