GAFAS DE CERCA: February 2011

GAFAS DE CERCA

Monday, February 28, 2011

A QUIENES LEEN LO QUE ESCRIBO

Para Manuel Rubiales mis vinos y mis rosales. Para Rafael León los signos de admiración Para mi Paco García un océano de poesía. A Trini Reina, poeta, cientos de miles de letras. A Juan, mi mejor amigo, cada cosita que escribo. A Charo, que come en casa, la mejor carne a la brasa. A Noli, septiembre entero y fotos de belloteros. A Mari Carmen Corral un brindis con mi amistad. A Miguel, mi vida entera y agua fresca en la nevera. Para mi amigüita Isa mi más sincera sonrisa. Para Cristina un te quiero y una mujer con sombrero. A Blanca, a María José, recuerdos de mi niñez. Para Cinta Pastoriza aviones que aterrizan. Para mi prima Dolito verano, sol, luz, cerrito. Para Rocío un fiestón con forma de corazón. Para Rosalba una cena sobre los puentes del Sena. Rifirrafe a Juan Miguel por no acercarse a leer. Para Pili y Vitorita miles de cosas bonitas. A Marisol, muchas ganas de adoptarla como hermana. Para Victoria y Trigueros triunfo absoluto -espero-. A Carlos, el de Argentina los discos de mi Sabina. A Maribel, sin dudar el color de Berrocal. Para Carmen Frigolet la promesa de otro té. Para El Hormigo la sal del puerto, la ría , el mar. Para Félix Amador lecturas al pormayor. A Maite, un empujoncito para que escriba un poquito. A Juan Guillermo, a Lucía, el sol de mi Punta Umbría. Para mi Choni, ¡y ya! absoluta libertad. A Luis, un cinco raspao, porque siempre está ocupao. Para Martín, que lea más, además de pedalear. A Manoli, si pudiera, traerla de nuevo a mi vera. A María José, un diez, por ser mi lectora fiel. Para Monte, la alegría de verla todos los días. A Magüi y Valle una rosa con un olor muy Vidosa. A Paco Pérez el cariño que le tengo desde niño. Para Concha, ese reencuentro que se nos quedó ya dentro. Para Elena, tren o mar, e irnos por ahí a viajar. Para Alfonso, un pareao porque es un tío muy salao. Para Toñy, un arsenal de palomas de la paz. A Pili Barranco, letras, con aires de Canaleta. Para María del Mar, sábados sin trabajar. A Mojeda, su virtud de enriquecer el "feisbuk". A mi Belén, Belencita, mi Huelva en una cajita. A mi madre,por supuesto, que me escucha todo esto. A Egeria, la de "Graná" un encuentro casual. Para Josema Marín, bienvenido por aquí. A Toñi Morón Infante el mejor de los talantes. A "quientusabes", la fé de que algún día lo sabré. A Carlos Polo, el aliento para que escriba más cuentos. A Montse, Zara, Natalia, Mercedes, Mónica, Fran, Conchita, Santiago, Marta, Adolfo, Inma, Soledad, Enrique, Cinta, Isabel, Jose Manuel, Ada, Mar, Lola, Ana,Lupe,Daniel, David,Tere, Rosa, Paz, Meli, Ángela,Rosalía, Jose Antonio, y Pilar, ramitas de perejil, besos con sabor a sal. (Y a los que pueda ovidar o están y yo no lo sé: la próxima vez será. Amenazo: volveré.)

Saturday, February 26, 2011

EL MUÑECO

El muñeco tenía tres pelos mal pintados en la frente y los ojos saltones. Pero a ella le gustaba más que ninguno.Era su muñeco preferido, y, mientras la muñeca grandota, la andadora y Juanita Banana se morían de aburrimiento en la estantería, el muñeco salía con ella a pasear a todas partes.
Por la mañana a la playa, con la toallita pequeña del muñeco, hecha por su madre con lo que sobró de la tela del albornoz de ella, de rayas de colores. La niña tumbaba cuidadosamente al muñeco sobre la toalla, para que tomara el sol junto a ella, su barriguita regordeta de plástico bajo el sol de agosto.Y por la tarde, lo llevaba de paseo, unas veces al Cerrito, a dar volteretas por esas arenas blancas; otras veces al Muelle de las Canoas, para ver de paso las carteleras del Cinemar San Fernando; y otras tardes iban a ver la bajamar a la Punta de La Canaleta, con la consiguiente paradita para merendar en la Sombrita de Balbuena, y poner nombre a cada casa de la ría: la de los Enanitos, la Casa Encantada, la Casa de la Bruja, la Casa de las Velas al Viento......
El muñeco estaba tan limpio que casi se le estaban borrando las pestañas y las cejas de tanto lavarlo, porque ella, cuando mamá bañaba al niño, se ponía al lado con su barreñito y enjabonaba al muñeco con su gel Moussel, y luego le echaba la colonia Nenuco, lo mismo que mamá hacía con el niño, y así notaba menos que había sido destronada, y que hasta hacía poco tiempo, era a ella, y sólo a ella a quien mamá lavaba y peinaba. Pero eso era antes de que llegara ese niño guapo y lustroso que todos miraban y admiraban, y había hecho que ella se convirtiera en casi invisible para los demás, de repente, de un día para otro, en una pequeña niña invisible de cinco años.
Una mañana, igual que todas las mañanas, fue con su muñeco a la playa de colores intensos y olas gigantes, por esos entrecruces de callejuelas que les llevaban desde la ría hasta el mar, sobre caminitos de madera. Y, como todas las mañanas se bañó con su muñeco en brazos, pero había más oleaje y más resaca que otras mañanas, y ella era pequeña, y el agua quiso darle un revolcón, y al salir del agua y ponerse en pié no vio al muñeco. Miró a uno y otro lado y el muñeco no estaba. Esperó. Estaba segura de que saldría antes o después, no podía ser de otra manera, el mar siempre devolvía lo que se llevaba, o al menos eso creía ella haber escuchado alguna vez. Pero seguía sin verlo.Corrió al toldo a pedir socorro. Papá y mamá lo buscaron y buscaron, y más tarde se unieron a la búsqueda sus primas, y los amigos de sus primas... Pero nadie logró encontrarlo. Al muñeco se lo había llevado las olas, y no volvió, ni volvería nunca.
De vuelta a casa, con su albornoz de rayas, la niña caminaba en silencio detrás de su mamá, que llevaba en brazos al niño–hermano; pero ella sólo llevaba la toallita de rayas de su muñeco.Y toda la soledad del mundo se le vino encima a esa niña de cinco años, que bajo los cielos de Punta Umbría, caminaba hacia la casa, hacia el barreñito lleno de agua, que dejó al sol para que se fuera calentando.

Saturday, February 19, 2011

LA CASA DEL TERROR

La casa era grande, y muy antigua, con un patio triste y melancólico, y unos sillones pesados e incómodos.Todo lo que allí había a la niña le parecía lúgubre, desde los cuadros de antepasados, hasta la fuente con su triste chorrito. Pero lo peor de todo eran los otros pacientes de la sala de espera, que contaban anécdotas a cual más desagradables, de dolores aterradores, sacaduras enrevesadas, hemorragias que no se cortaban... Anécdotas que no la animaban precisamente en esos desafortunados momentos que le tocaba vivir. En el centro del patio había una estatua que le miraba sarcásticamente, ella pensaba que se alegraba con sadismo de verla de nuevo allí asustada, dispuesta, o más bien obligada por su madre, a subir al patíbulo de la planta de arriba , a través de unas escaleras de caracol, por las que subía como si fuera Jesús camino del Calvario con la cruz a cuesta.
El patíbulo era, cómo no, el sillón del dentista, con esos instrumentos aterradores alrededor, en el cual se sentaba con el corazón latiendo a cien y la respiración cortada, sin aliento, a esperar la sentencia, que algunas veces era más benigna (un empastito de nada y listo ) pero otras era especialmente dura: extracción, no hay otro remedio.... ... Esta vez hacía tres días que le dolía una muela. Cuando comenzó el dolor ella ya sabía lo que le esperaba: de nuevo la tortura de ir al dentista, y peor aún, la angustia previa, los días y noches anteriores anticipando en su mente continuamente los temidos momentos. Al principio, su madre no le dió importancia ("enjuágate con este elixir, y ya verás como se te pasa el dolor"), pero ella ya sabía que aquello formaba parte del ritual, que el elixir no servía para nada, y que su madre la acabaría llevando al dentista, cuando pasados un par de días se diera cuenta de que le seguía doliendo. A los dos días, su madre, efectivamente anunció: -Cuando salgas del colegio, a las cinco, te recogeré e iremos al dentista. Las dos horas de colegio fueron angustiosas. Para colmo tocaba hacer "labores del hogar", y la niña , que nunca fue hábil con las manos, esa tarde casi no podía coger la aguja pues le temblaba el pulso (de miedo, claro), y los pespuntes dichosos le salieron aún peor que de costumbre. Mientras cosía, o malcosía, pensaba la niña en otras tardes, en que no tenía dolor de muela, es decir, en las tardes normales, y no le parecía lógico que en esas otras tardes, en las que no tenía que ir al dentista, pudiera preocuparse por nimiedades como tener que hacer los deberes, o no poder ir a jugar a casa de su amiga Cinta, o tener las labores hechas un mamarracho. No lo comprendía, francamente, tan intensa era su angustia de esa tarde, que pensaba que las demás tardes, con sus pequeñas contrariedades, eran un regalo de Dios. ... Y, en efecto, a las cinco en punto de la tarde dio comienzo el espectáculo: su madre en la puerta, la calle camino del dentista, el paso por el Gran Teatro y la librería Pastoriza, la puerta, la charlita de su madre con la señora que atendía la consulta, qué alta está la niña, y ella pensando la niña lo que está es muerta de miedo, señora, ayúdeme a que esto pase pronto... Esa tarde, tocó extracción. Lo peor fue la inyección, tac, tac, tac, los golpecitos del dentista para que el líquido entrara bien, y luego, la muela en la mano, la sangre, y el ansiado ya puedes enjuagarte, niña.
Era la liberación, bajar la escalera libre ya, cumplida la condena, retornando la respiración a su ritmo normal, el corazón desacelerando, y la niña feliz, contenta, no le importaba siquiera llevar el pañuelo en la boca, ni mancharse de sangre los cuellos blancos de la blusa, ni tener la lengua como acorchada...nada de eso tenía ya importancia. Había pasado lo peor. Era casi como salir de la cárcel.
Y luego, corretear por la calle, hablando contenta con su madre, con su uniforme azul y su cartera....
El Gran Teatro parecía ahora más bonito, mucho más bonito, y la librería Pastoriza comenzaba a tener color, incluso se entretuvo mirando el escaparate, los lápices Alpinos con tantos tonos diferentes, las cajas de acuarelas, los rotuladores, los taquitos de plasti... Era libre.
Hasta que de nuevo fuera condenada, hasta que de nuevo le dolieran las muelas.

Saturday, February 12, 2011

JUANITO

Hacia el once o doce de agosto llegaban siempre. Año tras año. Y, cada año, Juanito venía más alto, un poquito mayor. Era rubio, los ojos azules, la piel muy curtida por el sol, y esa viveza que le daba el andar siempre de pueblo en pueblo, de feria en feria. El tiro al blanco de los padres de Juanito era azul y blanco, había que demostrar la puntería derribando palillos de dientes, tres palillos derribados y te daban el premio: un llavero, una botellita de anís, un peluche polvoriento, cosas así... Juanito tenia dos hermanos y una hermana, pero el preferido de la niña, su amigo, era sin duda Juanito. En cuanto llegaban y levantaban el tiro y su “casa” ambulante, Juanito y la niña se iban por ahí a jugar, a montar en bicicleta, a tirarse desde El Muelle haciendo “la bomba”, a coger cangrejos, a cruzar a nado a La Otra Banda..... A Juanito le llamaba la atención lo que no tenía: la bicicleta de la niña, sus juguetes, el agua corriente, los libros... A la niña lo que le gustaba era lo que tenía Juanito: las fichas gratis para montar en la noria, en la ola, en los coches topes. Y, cómo no, tirar en el tiro al blanco de Juanito, ese tiro al blanco que por la parte de atrás era una improvisada casa que olía a agua sucia, a tierra mojada, y en la cual dormían por las mañanas sobre colchones tirados en el suelo. Cuando llegaba el día quince, y ponían la cucaña, y pasaba la Virgen del Carmen por delante de la feria y de la casa de la niña ( pegadas estaban una a otra), y luego, por la noche los fuegos artificiales iluminaban las aguas y los cielos, la niña sabía que la feria tocaba a su fin. Cada año se llenaba de melancolía, de nostalgia, cuando empezaban a desmontar las atracciones, y sentía un gran vacío interior. Se decían adiós, hasta el año que viene, y la niña trataba de imaginarse a Juanito en invierno, pero no podía. Juanito era un ser de agosto, y nada más que de agosto. Juanito y la niña fueron creciendo, y hubo un año en que Juanito y su familia se fueron de Punta y no volvieron más. Tal vez habían cambiado de ruta, tal vez habían cambiado de oficio, tal vez habían prosperado. Quién sabe. Pero la niña, en cada feria siguió buscando con la mirada a Juanito, y cada vez que pasaba delante de un tiro al blanco no podía evitar volverse para ver si era blanco y azul.

Monday, February 07, 2011

EL NOVIO DE LA TÍA SOLTERA

Cuando llegaba la canoa de las siete, la niña corría a recibirlo llena de ilusión, como si fuera su novio. En realidad no lo era, ella tenía unos siete años y él cincuenta largos, y era el novio de su tía, un novio como de mentirijillas, como de jugar a los novios, porque su tía era soltera, soltera de verdad, de soltería innata, y sería soltera siempre. A la niña le gustaba que su tía soltera tuviera novio, un novio artista, que le hacía a ella y a sus primas figuritas de papel y les traía de Huelva chucherías todas las tardes, y les hablaba y les hacía reír. Era por eso, que ella corría cuando lo veía venir desde El Muelle (“más que cuando llega tu padre”-le reprendía Ramona), y sin embargo su tía no se movía de la butaca, impasible, sin sobresaltarse. El novio de la tía era regordete, calvo, bueno, cariñoso y muy peculiar en sus gustos y en su forma de ser. La tía soltera era la mejor tía que un niño pudiera desear: tranquila, paciente, serena, buena jugadora del parchís y de los nombres, y de las adivinanzas, y contadora de cuentos. Era como una niña grande. Por eso, a ella y a sus primas les encantaba salir con ellos a excursiones un poco extravagantes, a Los Pinares, a La Playa del Calé –que entonces estaba muy lejos-, de las que volvían divertidas y contando anécdotas, muertas de risa. Felices, vamos. Una tarde, acabando el verano, cuando Punta se quedaba vacía y anochecía temprano, y había que sacar las rebecas, y la ría tomaba ese color y esa luz tenue de septiembre, la tía soltera volvió del paseo más temprano que de costumbre, y un poco seria. La abuela Dolores, que siempre se mecía en la butaca blanca de la marquesina, como si el tiempo no existiese, preguntó a su hija qué le pasaba. La tía soltera contestó dos palabras. Dos palabras extrañas, dos palabras rotundas, que en los oídos de la niña sonaron como un cerrojo, como una tachadura, como el final inesperado de una película, y, sin comprender una de esas palabras, comprendió irremediablemente lo que querían decir. No congeniamos. Y, desde ese día, el novio de la tía soltera, ya no volvió más, y no hubo más chucherías, ni más excursiones, ni más figuritas de papel; ni la canoa de las siete volvió a tener sentido. Y la tía soltera siguió soltera, porque era su estigma, su destino, su propia condición. Había sido un juego, un novio de mentirijillas... Pero sin embargo, esa noche, mientras la tía rezaba el rosario en latín con la abuela, mecedora viene y va, “ora por novi”, una lágrima cayó por su mejilla izquierda, una lágrima que solo la niña vio, y que la hizo sospechar por un momento que quizás el novio había sido de verdad.