SIN NOMBRE NI APELLIDO
No tengo derecho a quejarme.
Ya lo sé. No lo tengo.
Por eso no me quejo.
Tengo el frigo lleno
-en tiempos de maldita crisis -,
ropa limpia, cama confortable.
Maravillosa familia.
Luis y Miguel: risa de mi risa.
Y no me quejo.
Trabajo. Compañeros.
Dos manos que obedecen al cerebro.
Libros, música, poesía.
Recién parido un libro.
Personas que lo leen.
Amigos de pata-negra-cinco-jotas.
Y dos cámaras de fotos
que me acompañan siempre,
con las que guardo trocitos del presente.
No me tengo que quejar.
Y no lo hago.
Sonrío, creo, que casi siempre.
Pero sin embargo a veces
-igual veis que me quedo pensativa-
se me cuela un retazo de tristeza,
por alguna grieta en mi alegría
que olvidé cerrar con silicona.
Una tristeza sin nombre ni apellido.
Cosas que pasan en la vida.
En esta vida, a veces, muy extraña.
Absurda. Misteriosa. Inconformista.
Lo tengo todo, no me quejo.
Bueno, casi todo, mas no importa.
Ya lo sé. No lo tengo.
Por eso no me quejo.
Tengo el frigo lleno
-en tiempos de maldita crisis -,
ropa limpia, cama confortable.
Maravillosa familia.
Luis y Miguel: risa de mi risa.
Y no me quejo.
Trabajo. Compañeros.
Dos manos que obedecen al cerebro.
Libros, música, poesía.
Recién parido un libro.
Personas que lo leen.
Amigos de pata-negra-cinco-jotas.
Y dos cámaras de fotos
que me acompañan siempre,
con las que guardo trocitos del presente.
No me tengo que quejar.
Y no lo hago.
Sonrío, creo, que casi siempre.
Pero sin embargo a veces
-igual veis que me quedo pensativa-
se me cuela un retazo de tristeza,
por alguna grieta en mi alegría
que olvidé cerrar con silicona.
Una tristeza sin nombre ni apellido.
Cosas que pasan en la vida.
En esta vida, a veces, muy extraña.
Absurda. Misteriosa. Inconformista.
Lo tengo todo, no me quejo.
Bueno, casi todo, mas no importa.