TODOS FUIMOS MIGUEL ANGEL
Era julio, hacía calor. Nos preparábamos para irnos a la playa. En medio de todo el barullo de maletas a medio hacer un sólo punto de atención: la radio. La esperanza puesta en la voz del locutor.
En las calles, velas encendidas, ruegos, manifestaciones espontaneas, personas de todas las edades, condiciones e ideologías pidiendo clemencia. Intermediarios de buena voluntad, una hermana desesperada, las imágenes de Ermua desde nos llegaban llantos desgarrados, y un grito que estremecía: el silencio de miles y miles de manos blancas por todas las calles de España.
La radio, en aquella tarde, no tuvo piedad. Que no sea verdad, que no sea verdad...Pero fue verdad.
A nadie (o a casi nadie, espero) dejó indiferente la muerte de Miguel Ángel Blanco. Esa sí que fue la crónica de una muerte anunciada. Es diferente saber que han matado a alguien, que saber que lo van a matar. En esa diferencia de tiempo verbal cabe mucha desesperación.
Pienso que la energía mueve montañas. Pero en esa maldita tarde de julio de mil novecientos noventa y siete, la energía que fluía dentro y fuera de las casas de todo el país, no fue capaz de detener a los asesinos. Es fácil matar. Sólo hay que apretar un gatillo. Sólo hay que carecer de piedad.