UN HURACÁN SIN NOMBRE
que puso la tarde patas arriba,
y no dejó nada como estaba:
ni las ganas de merendar,
ni la calma,
ni el sosiego del aquí y ahora,
ni la tranquilidad de vivir
sin deseos.
Mi libro, encima de la mesa,
perdió brillo…
También perdió brillo mi idea
de dejar pasar la tarde tontamente.
Pasó como una estrella fugaz
en medio de la tarde
-yo no sabía que hubiera estrellas
antes del ocaso…-
Y dejó la tarde desordenada,
desbaratada, loca.
Como una playa
cercana a un tendedero,
tras un huracán sin nombre.
Y yo trastocada, pero viva,
en medio de todo el descalabro.