BALTASAR
Ella se sentó en el banco frente al mar a esperar que llegara.
Era cinco de enero. Le había escrito una carta a Baltasar, su rey preferido. Como en las películas, la había introducido en una botella y había dejado que la marejada la alejara de la costa.
Confiaba. Siempre confiaba.
Esperaba que Baltasar llegara de entre las olas con su regalo, y esperando y esperando se le cansaban los ojos de mirar a la línea del infinito, donde el mar y el cielo se unen sin remedio.
Pero pasó el día cinco de enero sin apenas señales. El mar estaba más tranquilo de lo habitual, nadie transitaba por aquellos parajes –hacía frío- y en el aire se mezclaba el olor a salitre con el olor a leña quemada de las chimeneas de las casas de los pescadores. Eran días de estar en casa, en familia, al calor de la lumbre.
Pero ella no podía dejar de mirar al mar…
Esperaba.
Al atardecer, escuchó a lo lejos la algarabía de la cabalgata. Reyes disfrazados tirando caramelos. Folklore, pensó. Ella no quería ver a esos reyes. Quería a los de verdad. Quería al Baltasar auténtico.
Pasó la noche, y amaneció el día seis de enero, y cuando despertó de un corto sueño al que se entregó ya rendida de cansancio y frío, no había nada. Ni nadie.
Fue su primera gran desilusión.
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